Sangre de tinta… por Manuel Lopez
-Lo que realmente importa es la predicación, la proclamación del Evangelio.
-Totalmente de acuerdo. La “predicación”, claro… con el ejemplo que damos con nuestras vidas.
-Predicar. O sea, evangelizar.
-Sí, claro, por supuesto. Evangelizar con el ejemplo de nuestras vidas transformadas, con nuestro testimonio, con lo que hacemos y lo que no, más allá de lo que decimos o dejamos de decir…
-Predicar, evangelizar. Aunque que callásemos, las piedras hablarían.
-Exacto. “El hombre [y la mujer, claro; o sea, el ser humano, la persona] es un ser multisensorial que se comunica de mil maneras. Algunas veces verbaliza”.
–Necesitamos tres cosas: ‘evangelismo’, ‘evangelismo’ y ‘evangelismo’.
-Bueno, antes había que convencer a los académicos de la Lengua de que incluyesen la voz ‘evangelismo’, extranjerismo del inglés, en el Diccionario. En español se dice ‘evangelización’.
(…).
Fin de este diálogo de besugos de ficción.
. . . . . . . . . . . .
“Predicar la fe de Jesucristo o las virtudes cristianas.” La verdad es que no se han devanado mucho los sesos los señores académicos para dar con esta definición de ‘evangelizar’ en el DRAE. Afina algo más el María Moliner: “Predicar la doctrina de Jesucristo. Difundir el Evangelio en alguna parte o entre ciertas gentes.”
‘Predicar’, por su parte, tampoco es voz que salga allá bien parada en el Diccionario. Valgan las dos primera acepciones -“Publicar, hacer patente y claro algo. / Pronunciar un sermón”-, pero patina en la tercera: “Reprender agriamente a alguien de un vicio o defecto”. El María Moliner incluye una locución coloquial que hace al caso, y cómo: “Una cosa es predicar y otra dar trigo”. Predicar con el ejemplo, vaya.
Ahí estamos. Mucho bien se harían a sí mismos -y ya de paso a los demás- tantos enfervorizados evangelizadores a tiempo y a destiempo si se tomasen la molestia de reflexionar sobre este comentario de Juan Bosch: “…la acción evangelizadora respeta la conciencia del evangelizado, porque la fe ofrecida es libre y porque la respuesta que se espera al mensaje ofrecido debe estar igualmente exenta de coacción. La acción proselitista, por el contrario, ha perdido el respeto a la persona a la que se dirige e intenta por todos los medios, sin escrúpulos, alcanzarla y atraerla a la propia causa.”
Está fuera de toda duda que el Evangelio ha de ser predicado a cada generación. Con palabras, claro, pero también con el ejemplo de nuestras vidas. Somos “cartas vivas” (2 Cor. 3:2-3). Y aunque no escritas con tinta en tablas de piedra, sino escritas “con el Espíritu de Dios vivo” y “con carne del corazón” (v. 3), las cartas no hablan; contienen el texto para que otros lo lean.
¡Qué bueno sería que en esto pensase tanto evangelizador/a empeñado/a en convertirnos a los de casa!
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